El
MUF es todo esto de acá (y un poco más allá)
Sidney
Silva Tartaruga nos recibe en la puerta del ascensor. El metro de Rio
de Janeiro nos lleva a Mario De Souza Chagas y a mí, hasta esa
puerta que luego, los tres juntos, cruzaremos para subir en ascensor
(junto un hombre que custodia, sentado en una sillita) hasta una de
las entradas de la Favela Cantagalo. Es el fin de los medios de
transporte masivos. El resto es a tracción a sangre.
La
favela se camina. El calor, el sol y los escalones estrechos son
parte del día a día; cosas imposibles de zafar.
Sidney
piensa, proyecta, gestiona el Museo de Favela, el MUF, ubicado a lo
largo y ancho de las favelas Cantagalo, Pavão y Pavãozinho. Sidney
dice ser su “director”; palabra que queda chica, limita su
accionar. Sidney piensa y proyecta con otrxs; en primer lugar, con el
grupo de mujeres que constituyen junto a él, ésta “organización
no gubernamental privada de carácter comunitario”1
.
Rita
de Cássia Santos Pinto es una de ellas, es periodista, residente de
Cantagalo y es la “curadora de las memorias y acervos” en el MUF.
Es, como describe la página web del museo, una “líder comunitaria
actuante” que mientras, acompaña a un contingente de turistas
extranjeros con su guía que habla en inglés, me ofrece un vaso de
agua y me muestra –desplegando textiles- los tapices que forman
parte del proyecto “Mujeres guerreras”. Rita los manipula y
“custodia” con amor. Me cuenta parte del desarrollo del proyecto,
el libro que escribió junto a otras mujeres2,
notándose en sus gestos el orgullo que le da su trabajo.
Por
su parte, Sidney me muestra las instalaciones de la sede que fue
cedida por la Iglesia. Llegamos a una gran mesa donde me indica que
ahí, se “cocina” el museo todos los días y donde la toma de
decisiones dice no ser tarea fácil. Este museo no es para nada
armonioso ni silencioso; por el contrario, los ruidos abundan: las
corridas de niñxs que entran a jugar, las puertas que se abren y
cierran al pasar, los golpes sobre esa mesa en una acalorada
discusión. Todo eso convive junto a los disparos, que a lo lejos se
hacen escuchar.
“El
museo es todo esto”, dice Sidney en una de las tantas terrazas de
Cantagalo (por eso hay que caminarlo). El museo
son las casas, los comercios, las iglesias; son las fachadas
pintadas por los artistas callejeros que forman la “Galería
de Arte a Cielo Abierto” y, también son aquellas resquebrajadas
y aquellas refaccionadas. El museo es la música que sale por las
ventanas, es el olor a churrasquito y a basura en contenedores, es
los sermones a viva voz de los evangelistas, es la panderata sonando,
es el saber remontar un cometa, más allá de los techos. El MUF
“busca alcanzar la extensión de su territorio – sede”3;
un territorio que es vivo, cambiante, mutante, habitado cargado de
sentidos y de disputas por esos sentidos.
El
MUF tiene una misión clara: convertir los territorios en un
“monumento cultural sobre los modos de vida en favela, con
generación de trabajo y renta para moradores”4.
El modo de pensar así un museo lo carga de vida; principalmente por
partir del tiempo presente; de las condiciones de vida actuales, de
la economía de los hogares, de los saberes, culturas, artes y
creencias de sus moradores. La posibilidad de generar trabajo y
redistribuir la riqueza generada en torno a él, entre lxs vecinxs;
es parte de la visión a futuro.
Por
eso, el MUF tiene claro que los canales de comunicación deben ser
diversos y amplios tanto hacia adentro como hacia afuera de las
comunidades, por ejemplo, desde su página web podes reservar el
“Tour por la favela”. Esto puede dar lugar al debate y la
discusión de cuál es el modo apropiado de hacer ese “tour” (si
es que hay uno), preguntarnos sobre los intereses que un turista
tiene para hacerlo, cómo se predispone al realizarlo, qué es lo que
busca, qué es lo que encuentra y qué se lleva de él. En
definitiva, ¿qué nos impulsa reservarlo? ¿Desde dónde nos
movemos para hacerlo? ¿Desde el exotismo; el fetichismo por lo
excluido socialmente? ¿O desde el respeto y dignidad que supone todo
modo de vida, posible de ser interpretado desde la escucha atenta, la
observación y el aprendizaje?
De
cualquier manera, las visitas al MUF son fundamentales para las
favelas y sus moradorxs; es un modo de re-vincular esos territorios a
la ciudad -de la cual son parte, pero que a la vez, los expulsa- y
un modo efectivo de contar con fondos para continuar con sus
proyectos territoriales, con su visión. Así, se proyectan “jardines
verdes” en aquellos espacios intersticios entre escaleras, pasillos
y casas; talleres con niñxs y mujeres; investigaciones en torno a
las historias y memorias de lxs moradorxs; el diseño y producción
de exposiciones temporarias o la edición de un libro.
El
MUF son los vecinos y vecinas.
Una
casa se abre y una persona te recibe, conversa con vos, se ríe y
comparte su cerveza helada. Esa situación me hace pensar que la
“alegría brasilera” (tan famosa mundialmente) es ese exacto
momento; es el rostro de cada unx de lxs vecinxs, son sus charlas y
risas.
La
idea de extensión territorial es concreta: una vecina me recibe y me
convida una cerveza. Saludo a su familia y charlamos de su trabajo
para el museo. Todas esas imágenes generadas en un momento, suelen
ser solapadas por aquellas de armas de guerra y paquetes de drogas,
narcos y policías; difundidas masivamente por los medios de
comunicación.
Agradezco
el trago y continúo la caminata con Sidney. Los pasillos vuelven a
estar presentes junto con el calor y la humedad, el aire se torna
denso, las personas salen de sus casas reuniéndose en ellos, pido
permiso para esquivarlos y lxs niñxs remontan cometas y vigilan;
ríen y controlan, a la vez.
Llegamos
al “Corredor de la fama de talentos de la comunidad” donde sobre
las paredes y, pintados por graffiteros de la comunidad, se
encuentran vecinxs que se han destacado en artes y deportes. Entre
ellos, descubro a Sidney, pero no está allí por el MUF sino por la
capoeira. Sidney es bailarín y profesor y eso lo supe, antes de
llegar, al escuchar a un chico diciéndole “¡Hola profesor!”
El
MUF son los morros.
El
MUF es también aquello que se considera “lo natural” que rodea y
contiene a las favelas. Subimos un morro áspero, con escasa
vegetación donde nos quedamos mirando la ciudad; Rio de Janeiro
parece un tanto ajena. Sin embargo, los límites con la zona baja,
altamente urbanizada, no son tan impenetrables (como algunos
pretenden que sean) con aquella zona alta que asciende pegada al
morro, redibujando su figura. Casas de seis o siete pisos, se mezclan
con algunas edificaciones más consolidadas hechas por el Estado,
para vecinos que han sufrido situaciones de derrumbe.
Ambos
miramos el paisaje, en silencio. Sidney parece que lo compone en su
cabeza, imaginándolo, creando tal vez un paisaje futuro, un poco más
justo donde el MUF sea parte, bien anclado a esos morros.
Este
año, el museo cumple diez años y, mientras saco fotografías
panorámicas, pienso en qué implica para un museo así, cumplirlos.
Tal vez definirse como un museo vivo, de construcción permanente,
tener una visión clara hacia dónde ir, de proyectos articulados con
otrxs (museos, universidades, profesionales, agrupaciones,
secretarias estatales), de redes y asociaciones que sostienen el
trabajo, haga que todo sea compartido y celebrado con alegría, de
manera colectiva.
Son
diez años de vida para este proyecto de museología social que
apuesta a poner en valor y en circulación todos los rincones de las
favelas y sus rostros; impulsando tiempos y espacios de ciudadanía
para sus moradores.
El
MUF es, en definitiva, un lugar de ser y estar en el mundo, posible.
Julieta
Rausch, Museóloga.
Bahía
Blanca, Argentina.
Agradezco
a Sidney Tartaruga la caminata del domingo 21 de enero del 2018 y las
conversaciones pausadas que me permitieron comprenderle.
Agradezco al maestro Mario Chagas por ser el puente de tal
experiencia.
1
Extraído de página oficial: www.museudefavela.org
2
Histórias de vida e Memória Social. 2016, Museu de Favela.
3
Extraído de página oficial: www.museudefavela.org
4
Ídem.